Michelle Bachelet Nuestra Presidenta

02 abril 2008

Otra vez Piñera


Quien le cree a Piñera? Su viaje a Perú, fuera de sacarse fotitos con el desprestigiado presidente García, le sirvió además para arreglar sus negocios, incluído Lan, en Perú. Mis negocios primero, después Chile parece que reza el precandidato. Así no Tatán, ni los tuyos terminarán por creerte.
Pero mi tema de este post es otra cosa que parece trivial pero no lo es tanto....
Cada vez que un chileno aborda dentro del país un avión Lan, Piñera pierde un voto. Y no es que los aparatos se atrasen, o que vuelen a tiritones, o que cruja el fuselaje más de lo habitual. Nada de eso. Llegan en punto, surcan bien el cielo, aterrizan sin mayores estremecimientos.
El nudo del problema se presenta, dramáticamente, cuando una auxiliar, llena de aspavientos y con gran pompa y ceremonia, nos presenta lo que será nuestra única comida a bordo. Se trata de una bella y bien impresa caja, cargada de promesas y envuelta en papel celofán, la misma que hace soñar con delicados bocadillos y pequeños manjares selectos. Un envoltorio bien diseñado, que habla de cuidado y dedicación. Al abrirlo viene la negra decepción: muy lejos de lo que esperábamos, nos encontramos allí con unos galletones de servicentro y unos míseros queques intragables. Un auténtico desayuno de la Junaeb disfrazado de etiqueta.
Es inevitable no relacionar esa experiencia, profundamente ingrata por lo decepcionante, con la propia figura de Sebastián Piñera. Difícil no imaginar que todo el adorno externo del candidato aliancista es como esa mentirosa y miserable caja de queques y galletas incomibles que, en un gesto tramposo y mezquino, ofrece como tentempié a bordo de su flota. La mayoría de los pasajeros son trabajadores o familias que han depositado en las arcas de Piñera una suma importante al comprar su boleto. Un porcentaje nada desdeñable de sus ingresos mensuales va a parar a los bolsillos repletos del comerciante y político. Nadie pide un faisán, ni una centolla, pero no vendría mal un pancito con queso, con jamón, o una tortilla como las que ofrecen sin tanto ceremonial las otras aerolíneas para matar el tedio de esas horas muertas. No es que nos importe mucho comer o no comer arriba de los aviones del precandidato. Lo que nos importa es el símbolo evidente de engaño que esconde esa maldita caja miserable, tras un acto tan trivial, pero extraordinariamente elocuente como ese.